Como en los viejos tiempos, cuando el Bayern de Múnich era el ogro a superar en el camino al éxito. Como en tiempos recientes, cuando el Real Madrid se convirtió en la bestia negra del conjunto alemán. Una rivalidad eterna que da forma al clásico europeo que recupera grandeza. El pulso por un billete a la final de Wembley con máxima igualdad tras el empate a dos de la ida antes de que entre en escena el poder del Bernabéu.

El estadio donde lo imposible se convirtió en realidad en la última Champions madridista, la decimocuarta. La de las remontadas para la historia. Donde el Madrid empató sus dos últimos encuentros europeos –frente a Leipzig en octavos y City en cuartos– ensanchando una racha de cuatro empates consecutivas en eliminatorias inédita. Busca romperla con un triunfo. Exhibiendo todo su potencial para evitar volver a tentar a la fortuna en la tanda de penaltis. Como en el Etihad.

El Madrid de Ancelotti está obligado a mejorar la imagen dejada en Múnich, con el 2-2 final. Con una debilidad defensiva, remontado en menos de cinco minutos.