Lo de que en tiempos predemocráticos la gente empeñaba hasta los colchones para seguir al Athletic en las finales coperas nos lo recordaban en casa y sonaba tan extraño como contarles ahora a los chavales que en el colegio nos dieron libre las últimas tardes de gabarra para agolparnos frente a la ría –que sepan los centros que de esto último los críos ya han tomado nota–.

Respecto a lo primero, no es extraño que haya quienes estén tratando de sacar usufructo de la locura desatada en Bizkaia ante lo que se aventura como un hecho consumado porque, entre otras cosas, ya toca. Cierta entidad bancaria no se corta en ofrecer créditos de 3.000 euros por si su bolsillo no está para muchos lujos, aunque digo yo que ni lo estaba antes ni tendrá visos de mejorar a partir del 6 de abril si cae en la tentación. Entiendo lo que pueda decirle su corazón pero digo yo que será mejor hacerle caso a la cabeza, no sea que necesite el dinero por si se le derrumba un techo encima de la misma.

Lo que ya desbarra mi entendedera es que el propio club haya decidido sacar a subasta navegar por el agua junto a sus ídolos y cobrar en función de los tramos. Que una cosa es coartar sus deseos navieros en aras de la seguridad y otra medir la circunstancia en función de si uno tiene o no barco, lo que viene siendo clasismo con una celebración que es de todos y para todos. Porque, al menos, la alegría es pública y no hay que pagar por ella. Todavía. Que nada ni nadie nos agüe la fiesta.

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