Resulta que España tiene un presidente enamorado. Y además, de su mujer. Ahora bien, se supone que esta ya lo sabía y la declaración pública de amor, ese Pedro x Begoña grabado en el árbol que hace nada tenía un pajarito, se antoja igual de afectada que la voz de Roberto Carlos cantando del gato que está triste y azul y no va a volver a casa si no estás; como Sánchez a La Moncloa. Vale, sí, esa afectación personal la entiende hasta Ayuso, que motivos tiene, aunque a ella le vaya más el toro enamorado de la luna en versión de Taburete. Pero de ahí a cogerse cinco días para, dimito, no dimito, quitar los pétalos a la margarita... ¿Y si lo hiciéramos todos cada vez que un problema afecte a nuestra pareja? ¡Qué dirían entonces de las tasas de absentismo laboral! Porque no creo que el presi enamorao haya acordado con la ministra Saiz, la de la Seguridad Social, incluir entre los nuevos coeficientes reductores para la jubilación anticipada las denuncias a la familia... sin justificar, puesto que “no hay nada ilegal” en recomendar a un hidalgo con posibles. En España siempre se había hecho y hasta estaba bien visto que luego el caballero patrocinase el mercadillo o la causa de algunas señoras. En todo caso, si esta noche Sánchez mira a la luna y decide “renunciar a este alto honor” por amor, tendría hasta sentido que, Pedro por Begoña, dejara su sitio a quien, como Iznogud, el visir del cómic de Goscinny, tan bien ha ejercido de califa en lugar del califa.